Hoy día se utiliza la palabra “histeria”
como un insulto; denominamos “histéricas” a las típicas mujeres que por
diversos motivos son incapaces de mantener la calma, se preocupan en demasía y
se alteran de manera exagerada con también exagerada frecuencia. La palabra
“histeria” sin embargo, designa o designaba hasta el siglo xx, un tipo de
neurosis –la neurosis histérica- que se caracteriza porque las mujeres que lo
sufrían mostraban, según Wikipedia, “síntomas que afectan al comportamiento y que se
asemejan a una enfermedad
neurológica pero que no
proceden de ninguna enfermedad física conocida ni se pueden explicar por ella”.
Pero es mucho más que todo esto.
La palabra “Histeria” proviene originalmente
del griego y significa útero. Y es que Hipócrates, médico de la Antigua Grecia,
creía que la histeria como tal se debía a desplazamientos del útero en el
cuerpo, ya que se pensaba que éste tenía movilidad. Se creía pues, que la
histeria era una enfermedad que afectaba principal o exclusivamente a las
mujeres.
No fue hasta la llegada de Freud a
principios del siglo XX que se comenzó a hablar de la denominada “histeria
masculina”. Freud señaló que también hay hombres que pueden mostrar síntomas
histéricos, que no es un problema meramente femenino. A los hombres “histéricos” se les conoce o
reconoce por ser “Don Juanes”.
El mito de Don Juan seduce a grandes
literatos, músicos y cineastas que, probablemente inspirados por “El burlador
de Sevilla y convidado de piedra” de Tirso de Molina, han creado numerosas
obras cuyo personaje central, héroe o villano, es Don Juan (Calderón de la
Barca, Molière, Deschamps, Byron, Liszt , Espronceda, Kierkegaard, Zorrilla, Baudelaire,
R. Strauss, I. Bergmann, entre otros).
Todos conocemos a algún Don Juan en la
vida real. Jóvenes (y no tan jóvenes) aduladores, atractivos, seductores, con
un don especial de palabra, halagadores. Enamoran a las mujeres con su mera
presencia. Exhiben una falsa omnipotencia que deslumbra y seduce.
Pronto reconocemos la típica triada
histérica: seducción, triunfo y desprecio. Seducen a mujeres de manera voraz,
compulsivamente, , a muchas, constantemente. Una vez “conseguida” la mujer,
deja de ser objeto de deseo y es, en contra, despreciada feroz y cruelmente. Y
la búsqueda incesante continúa. La huida continúa; porque pareciera que el Don
Juan huye de las mujeres, albergando un odio inconsciente a la mujer, a la que
maltrata, engaña, miente, desprecia. Es incapaz de desarrollar una relación
auténtica, verdadera, profunda con las mujeres.
Si posamos la mirada sobre la evolución
psicoafectiva, vemos que parece que en la mayoría de los casos, la madre (y
padre) de Don Juan
le hubieran designado a él como favorito entre los hermanos -si
los hubiera-, desplazando todo su amor hacia el hijo predilecto, favorito,
incapacitándole, anulándole, abogándole al fracaso de no poder cumplir nunca con
las expectativas impuestas. Éste
desarrolla un fuerte narcisismo, de esto que a los Don Juanes se les tache de
narcisistas: incapaces de amar, incapaces de establecer relaciones, pura
apariencia, compitiendo constantemente, faltos de empatía, egoístas, con un
sentimiento de vacío constante que intentan tapar con nuevas conquistas,
inconstantes en el humor, impredecibles, agresivos, explotadores en las
relaciones, como narciso, enamorados de sí mismo, siempre anulando al otro. El
Otro como tal no existe. Cualquier relación es puro espejismo. Relación como
imposibilidad.
Parece que en un plano más profundo hay
una adicción, un enganche a la seducción, a La Mujer, con mayúsculas, que no es
otra que la propia madre. Una búsqueda incesante de la madre, a la que perdió
por su padre, que le traicionó y le dejó con sed de venganza; venganza de
aniquilar a las mujeres. La sexualidad como máscara, ocultando una identidad de
genero dudosa, u ocultando, tal vez, una homosexualidad reprimida. Sexualidad
al servicio de lo destructivo.